¿Elegirías
a un amigo que estuviera muy por encima de ti y, sin embargo, también estuviera
a tu altura? Aunque los hombres prefieren tener un amigo cercano y querido con
una dignidad superior, también hay una inclinación en ellos a tener un amigo
que comparta con ellos las circunstancias. Así es Cristo. Aunque sea el gran
Dios, se ha rebajado, por así decirlo, a estar al nivel de ustedes, para
hacerse hombre como ustedes, a fin de que no sólo sea su Señor, sino su
hermano, y para que sea el más adecuado para ser compañero de un gusano del
polvo como él. Este es uno de los fines de que Cristo tomara la naturaleza del
hombre, para que su pueblo pudiera tener la ventaja de una conversación más
familiar con él que la distancia infinita de la naturaleza divina permitiría. Y
por este motivo la iglesia anhelaba la encarnación de Cristo, Cant. 8:1.
"¡Ojalá fueras mi hermano que mamó el pecho de mi madre! cuando te encontrara
fuera, te besaría, sí, no sería despreciado".
Uno
de los designios de Dios en el Evangelio es llevarnos a hacer de Dios el objeto
de nuestro respeto indiviso, para que acapare nuestra atención en todos los
sentidos, para que cualquier inclinación natural que haya en nuestras almas,
sea el centro de ella; para que Dios sea todo en todos. Pero hay una
inclinación en la criatura, no sólo a la adoración de un Señor y Soberano, sino
a la complacencia en alguien como amigo, a amar y deleitarse en alguien con
quien se pueda conversar como compañero. Y la virtud y la santidad no destruyen
ni debilitan esta inclinación de nuestra naturaleza. Pero Dios ha dispuesto en
el asunto de nuestra redención, que una persona divina pueda ser objeto incluso
de esta inclinación de nuestra naturaleza. Y para ello, tal persona ha
descendido hasta nosotros, y ha tomado nuestra naturaleza, y se ha convertido
en uno de nosotros, y se llama a sí mismo nuestro amigo, hermano y compañero.
Salmo 122:8. "Por mis hermanos y compañeros, diré ahora: La paz esté en
ti".
Pero, ¿no es suficiente para invitarte y animarte a acceder libremente a un amigo tan grande y elevado, que sea uno de infinita gracia condescendiente, y que además haya tomado tu propia naturaleza, y se haya hecho hombre? Pero, ¿quieres, además, para envalentonarte y ganarte, que sea un hombre de maravillosa mansedumbre y humildad? Pues bien, tal es Cristo. No sólo se ha hecho hombre para ti, sino que es, con mucho, el más manso y humilde de todos los hombres, el mayor ejemplo de estas dulces virtudes que ha habido o habrá jamás. Y además de éstas, tiene todas las demás excelencias humanas en la más alta perfección. Éstas, en efecto, no son una adición adecuada a sus excelencias divinas. Cristo no tiene más excelencia en su persona, desde su encarnación, que la que tenía antes; porque la excelencia divina es infinita, y no se puede añadir. Sin embargo, sus excelencias humanas son manifestaciones adicionales de su gloria y excelencia para nosotros, y son recomendaciones adicionales de él para nuestra estima y amor, que son de comprensión finita. Aunque sus excelencias humanas no son más que comunicaciones y reflejos de las divinas, y aunque esta luz, tal como se refleja, está infinitamente por debajo de la fuente de luz divina en su gloria inmediata; sin embargo, el reflejo no brilla sin sus propias ventajas, tal como se presenta a nuestra vista y afecto.
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