Cuanto más nos eleva la gracia, más nos inclinamos. «La gracia nunca eleva a un hombre tan alto que olvide el polvo del que proviene». — Thomas Brooks Esto captura una verdad profundamente bíblica: cuanto más nos eleva la gracia, más nos inclinamos. La verdadera gracia exalta a Cristo, no al cristiano. Aunque eleva al pecador del abismo al palacio —justificándolo, santificándolo y sentándolo en los lugares celestiales con Cristo—, nunca le permite olvidar que una vez estuvo muerto en sus delitos y pecados (Efesios 2:1-6). La gracia magnifica la misericordia de Dios precisamente porque nos recuerda de dónde venimos: el polvo de nuestro pecado, la ruina de Adán, la corrupción de la carne. Si un hombre afirma haber recibido la gracia y, sin embargo, camina con orgullo, ha malinterpretado su naturaleza. La gracia divina humilla. Hace que el hombre vea que, aparte de Cristo, no es nada, no tiene nada y no puede hacer nada. Le enseña a decir con Pablo: «Por la gracia de Dios soy...