El siervo de Dios no debe ser pendenciero: Los Buenos Pastores Saben Cuándo Iniciar una Pelea Pero Prefieren Evitarlas
El pastor tiene la difícil tarea de ser una persona no argumentativa que sabe dar buenos argumentos. Debe ser un valiente de la verdad y un pacificador, un hombre que defiende la verdad sin ser contencioso. O como dice el Apóstol Pablo a Timoteo: «El siervo del Señor no debe ser pendenciero, sino amable con todos, capaz de enseñar, soportando con paciencia el mal, corrigiendo con mansedumbre a sus adversarios» (2 Tim. 2:24-25a). No debemos malinterpretar la prohibición de ser pendenciero. Es evidente que, tanto por el precepto como por el ejemplo, Pablo no concebía al pastor ideal como un capellán simpático, blando, algo pasivo, universalmente querido y vagamente espiritual. Después de todo, en la misma frase en la que ordena a Timoteo que no sea pendenciero, también subraya que hay maldad en el mundo y que el pastor debe corregir a sus oponentes. No toda controversia es mala. Las epístolas pastorales están llenas de advertencias contra los falsos maestros (1 Tim. 6:3; 2 Tim. 2:17-18