Aunque los niños aprenden de lo que decimos, aprenden aún más de quiénes somos y qué hacemos. Nuestra fe, nuestras oraciones, nuestras enseñanzas y nuestra forma de vivir deben formar parte de un todo coherente. Por lo tanto, la puesta en práctica de nuestra enseñanza como padres-profetas requiere un modelo piadoso.
El modelo piadoso por excelencia para nosotros como padres-profetas es el Señor Jesús, quien superó a todos los demás como verdadero profeta, maestro, pescador de hombres y formador de discípulos. Hacemos bien en estudiar personalmente los Evangelios con la mirada puesta en cómo Cristo formó a sus discípulos. Un buen maestro busca buenos modelos y se esfuerza constantemente por perfeccionar sus habilidades y mejorar sus métodos. Cristo nos proporciona el mejor modelo y abundantes recursos a los que recurrir cuando asumimos la tarea de enseñar y formar a nuestros hijos.
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Los niños no buscan padres perfectos y son muy indulgentes. Tienen una extraña forma de saber quiénes son sus padres y qué representan. Es difícil guardar secretos cuando vivimos bajo el mismo techo. Los niños siempre están leyendo los libros de nuestras vidas. Además de la Biblia, la forma en que vivimos nuestra fe día a día es el libro más importante que nuestros hijos leerán jamás.
Lo que los niños necesitan ver no es una madre o un padre perfectos, y desde luego tampoco una madre o un padre que nunca digan «lo siento». Necesitan ver en nosotros un compromiso inquebrantable con Jesucristo, un amor incondicional por ellos y un fuerte vínculo de amor entre nosotros como marido y mujer. Necesitan ver a una madre y un padre trabajando codo con codo, de quienes los hijos puedan decir: «Mi madre y mi padre odian el pecado, aman a Dios y su única esperanza está en Cristo Jesús. Quieren con todo su ser vivir una vida santa y piadosa. Puedo verlo, puedo sentirlo; sé que es verdad y que es real, y quiero ser como ellos. Quiero que el Dios de mi padre y mi madre sea mi Dios». En particular, el ejemplo piadoso debe inculcar en nuestros hijos la convicción de que la vida cristiana es la forma de vivir y que aporta verdadera alegría, verdadero propósito y verdadero significado a la vida, y despertar en ellos una especie de celos santos por querer estas cosas para sí mismos. A medida que nuestros hijos leen los libros de nuestras vidas, aprenden lo importantes que son para nosotros Dios, Cristo, la Biblia, la fe, la oración y la adoración familiar.
Joel Beeke
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