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Al Lector Juicioso e Imparcial

 


AL LECTOR JUICIOSO E IMPARCIAL


UNA CARTA QUE ORIGINALMENTE SE INCLUYÓ JUNTO CON LA CONFESIÓN REDACTADA EN EL AÑO 1677


Cortés lector,


Hace ya muchos años que varios de nosotros (con otros cristianos sobrios que entonces vivían y andaban en el camino del Señor que profesamos) nos vimos en la necesidad de publicar una Confesión de nuestra Fe, para información y satisfacción de aquellos que no entendían bien cuáles eran nuestros principios, o que habían tenido prejuicios contra nuestra Profesión, a causa de la extraña representación que de ellos habían hecho algunos hombres notables, que habían tomado medidas muy equivocadas, y por consiguiente habían inducido a otros a tener una idea errónea de nosotros y de ellos: y esto se publicó por primera vez alrededor del año 1643. en nombre de siete Congregaciones reunidas entonces en Londres; desde entonces, diversas impresiones de ello se han dispersado por todo el mundo, y nuestro fin propuesto, en buena medida respondido, en la medida en que muchos (y algunos de esos hombres eminentes, tanto por la piedad y el aprendizaje) fueron así satisfechos, que no éramos de ninguna manera culpables de esas Heterodoxias y errores fundamentales, que con demasiada frecuencia habían sido acusados de nosotros sin fundamento, o la ocasión dada por nuestra parte. Y puesto que esa Confesión no es ahora comúnmente obtenible; y también que muchos otros han abrazado desde entonces la misma verdad que se afirma en ella; fue juzgado necesario por nosotros unirnos para dar un testimonio al mundo; de nuestra firme adhesión a esos sanos Principios, mediante la publicación de esto que ahora está en vuestras manos.

Y puesto que nuestro método y manera de expresar nuestros sentimientos en esto, varía del anterior (aunque la sustancia del asunto es la misma) os daremos libremente la razón y la ocasión de ello. Uno de los motivos que más nos impulsó a emprender esta obra fue (no sólo el de dar cumplida cuenta de nosotros mismos a aquellos cristianos que difieren de nosotros acerca del tema del bautismo, sino también) el provecho que de ello podría derivarse para aquellos que tienen noticia de nuestros trabajos, en su instrucción y establecimiento en las grandes verdades del Evangelio, de cuya clara comprensión y firme creencia depende en gran medida nuestro cómodo caminar con Dios y nuestra fecundidad ante él en todos nuestros caminos; y, por lo tanto, llegamos a la conclusión de que era necesario expresarnos de manera más completa y clara; y también fijar un método que fuera lo más completo posible de las cosas que queríamos explicar nuestro sentido y creencia; y no encontrando ningún defecto, a este respecto, en el fijado por la asamblea, y después de ellos por los de la manera congregacional, llegamos fácilmente a la conclusión de que era mejor mantener el mismo orden en nuestra confesión actual: y también, cuando observamos que los últimos mencionados, en su confesión (por razones que parecían de peso tanto para ellos como para otros) eligieron no sólo expresar su mente en palabras concurrentes con los primeros en sentido, con respecto a todos los artículos en los que estaban de acuerdo, sino también en su mayor parte sin ninguna variación de los términos, concluimos de la misma manera que era mejor seguir su ejemplo en el uso de las mismas palabras con ambos, en estos artículos (que son muchos) en los que nuestra fe y doctrina es la misma que la de ellos, y esto lo hicimos, más abundantemente, para manifestar nuestro consentimiento con ambos, en todos los artículos fundamentales de la Religión Cristiana, así como con muchos otros, cuyas confesiones ortodoxas han sido publicadas al mundo; en nombre de los Protestantes en diversas Naciones y Ciudades: y también para convencer a todos de que no tenemos ningún obstaculo en obstruir la Religión con nuevas palabras, sino que aceptamos de buen grado esa forma de palabras sanas, que ha sido, de acuerdo con las Sagradas Escrituras, usada por otros antes que nosotros; declarando por la presente ante Dios, los Ángeles y los Hombres, nuestro sincero acuerdo con ellos, en esa sana Doctrina Protestante, que con tan clara evidencia de las Escrituras han afirmado: algunas cosas ciertamente, son en algunos lugares añadidas, algunos términos omitidos, y algunos pocos cambiados, pero estas alteraciones son de tal naturaleza, que no necesitamos dudar, cualquier cargo o sospecha de falta de solidez en la fe, de cualquiera de nuestros hermanos a causa de ellos.

En aquellas cosas en las que diferimos de los demás, nos hemos expresado con toda franqueza y franqueza para que nadie pueda tener celos de algo que se aloja secretamente en nuestros pechos y que no quisiéramos que el mundo conociera; sin embargo, esperamos haber observado también aquellas reglas de modestia y humildad que harán que nuestra libertad a este respecto sea inofensiva, incluso para aquellos cuyos sentimientos son diferentes de los nuestros.

También hemos tenido cuidado de adjuntar textos de las Escrituras, en el margen, para la confirmación de cada artículo de nuestra confesión; en este trabajo nos hemos esforzado cuidadosamente por seleccionar los que son más claros y pertinentes, para la prueba de lo que afirmamos: y nuestro más ferviente deseo es que todos aquellos a cuyas manos llegue esto, sigan el ejemplo (nunca suficientemente elogiado) de los nobles Bereanos, que escudriñaban las Escrituras diariamente, para averiguar si las cosas que se les predicaban eran así o no.

Hay una cosa más que profesamos sinceramente y en la que deseamos fervientemente creer, a saber, que la contención está muy alejada de nuestro propósito en todo lo que hemos hecho en este asunto: y esperamos que la libertad de exponer ingenuamente nuestros principios y de abrir nuestros corazones a nuestros Hermanos, con los fundamentos de las Escrituras en los que se basa nuestra fe y nuestra práctica, no nos sea negada por ninguno de ellos, ni nos sea tomada a mal. Todo nuestro designio está cumplido, si podemos obtener esa Justicia, en cuanto a ser medidos en nuestros principios y práctica, y el juicio de ambos por otros, de acuerdo con lo que ahora hemos publicado; que el Señor (cuyos ojos son como llama de fuego) sabe que es la doctrina, la cual con nuestros corazones debemos creer firmemente, y sinceramente esforzarnos por conformar nuestras vidas a ella. Y oh que otras contiendas sean puestas a dormir, que el único cuidado y contención de todos sobre quienes el nombre de nuestro bendito Redentor es invocado, sea en el futuro, andar humildemente con su Dios, y en el ejercicio de todo Amor y Mansedumbre unos hacia otros, para perfeccionar la santidad en el temor del Señor, cada uno esforzándose por tener su conversación tal como conviene al Evangelio; y también adecuado a su lugar y capacidad promover vigorosamente en otros la práctica de la Religión verdadera y sin mancha a los ojos de Dios y nuestro Padre. Y que en este día de recaída, no gastemos nuestro aliento en quejas infructuosas de los males de otros; sino que cada uno comience en casa, a reformar en primer lugar nuestros propios corazones y caminos; y luego a animar a todos aquellos sobre los que podamos tener influencia, a la misma obra; que si la voluntad de Dios fuera así, nadie podría engañarse a sí mismo, descansando en, y confiando en, una forma de piedad, sin el poder de ella, y la experiencia interna de la eficacia de aquellas verdades que son profesadas por ellos. Y, en verdad, hay una fuente y causa de la decadencia de la Religión en nuestros días, que no podemos dejar de mencionar y cuya corrección pedimos encarecidamente; y es el descuido del culto a Dios en las Familias, por parte de aquellos a quienes se ha confiado el cargo y la dirección de las mismas. ¿Acaso la crasa ignorancia e inestabilidad de muchos, junto con la profanidad de otros, no puede ser justamente imputada a sus Padres y Maestros, que no los han educado en el camino en que debían andar cuando eran jóvenes? sino que han descuidado esos frecuentes y solemnes mandamientos que el Señor les ha dado para catequizarlos e instruirlos, a fin de que sus tiernos años puedan ser sazonados con el conocimiento de la verdad de Dios, tal como se revela en las Escrituras; y también por su propia omisión de la Oración, y otros deberes de la Religión en sus familias, junto con el mal ejemplo de su conversación relajada, los han acostumbrado primero a la negligencia, y luego al desprecio de toda Piedad y Religión? Sabemos que esto no excusará la ceguera o maldad de nadie; pero ciertamente caerá sobre aquellos que han sido la ocasión de ello; ellos ciertamente se tiñen en sus pecados; ¿pero no se requerirá su sangre de aquellos bajo cuyo cuidado estaban, quienes aún les permitieron seguir sin advertencia, y los condujeron a los caminos de la destrucción? y la diligencia de los Cristianos con respecto al cumplimiento de estos deberes, en épocas pasadas, ¿no se levantará en juicio contra, y condenará a muchos de aquellos que serían considerados como tales ahora?

Concluiremos con nuestra ferviente oración, para que el Dios de toda gracia, derrame sobre nosotros esas medidas de su santo Espíritu, para que la profesión de la verdad vaya acompañada de la sana creencia, y la práctica diligente de ella por nosotros; para que su nombre sea glorificado en todas las cosas, por Jesucristo nuestro Señor.


Amén

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