Amigos míos, los antinomianos predican muy bien -y no puedo dejar de creer que lo hacen con gran empeño- sobre la misericordia de Cristo, el perdón de los pecados y otros contenidos del artículo de la redención.
Pero huyen de esta deducción como del diablo, de que deben hablar al pueblo del tercer artículo, de la santificación, es decir, de la nueva vida en Cristo.
Pues sostienen que no debemos aterrorizar a la gente ni hacerla sufrir, sino que debemos predicarles siempre el consuelo de la gracia en Cristo y el perdón de los pecados. Nos dicen que debemos evitar, por amor a Dios, afirmaciones como éstas:
Escucha, ¿quieres ser cristiano mientras eres adúltero, fornicador, glotón, arrogante. avaro, prácticas usureras, envidia, venganza, malicia, etc., y pretendes seguir en estos pecados?' Por el contrario, nos dicen que esta es la forma adecuada de hablar: 'Escucha, eres adúltero, fornicador, avaro o adicto a algún otro pecado. Ahora, si sólo crees, serás salvo y no necesitas temer la Ley, porque Cristo lo ha cumplido todo'.
Dígame, por favor, ¿no es esto conceder la premisa y negar la conclusión? En verdad, equivale a esto, que Cristo es quitado y desvalorizado en el mismo aliento con el que es altamente exaltado. Significa decir sí y no en el mismo asunto. Porque un Cristo que murió por los pecadores que, después de recibir el perdón, no dejarán su pecado ni llevarán una vida nueva, no tiene valor y no existe.
Según la lógica de Nestorio y Eutiques estas personas, de forma magistral, predican un Cristo que es, y no es, el Redentor. Son excelentes predicadores de la verdad pascual, pero miserables predicadores de la verdad de Pentecostés. Porque no hay nada en su predicación sobre la santificación del Espíritu Santo y sobre ser vivificado a una nueva vida.
Sólo predican sobre la redención de Cristo. Es apropiado ensalzar a Cristo en nuestra predicación; pero Cristo es el Cristo y ha adquirido la redención del pecado y de la muerte con este mismo propósito de que el Espíritu Santo cambie a nuestro viejo Adán en un hombre nuevo, de que estemos muertos al pecado y vivamos para la justicia, como enseña Pablo en Romanos 6, 2 y siguientes, y de que comencemos este cambio y aumentemos en esta nueva vida aquí y la consumemos después.
Ya que Cristo nos ha ganado no sólo la gracia (gratiam), sino también el don (donum) del Espíritu Santo, de modo que obtenemos de Él no sólo el perdón de los pecados, sino también el cese de los mismos. Cualquiera, por lo tanto, que no cese de su pecado, sino que continúe en su anterior camino de maldad, debe haber recibido un Cristo diferente -de los antinomianos-. El Cristo genuino no está con ellos, aunque griten con la voz de todos los ángeles: ¡Cristo! ¡Cristo! Tendrán que ir a la perdición con su nuevo Cristo".
-Martín Lutero, Sobre los concilios y las iglesias St. XVI, 2241 s.
Comentarios
Publicar un comentario