Romanos
10:1-4 nos muestra que los judíos tenían celo, pero sin conocimiento. Es un
problema humano enraizado en el corazón. Estaban tratando de establecer su
propia justicia. Auto justicia es lo que motiva a los hombres en su religión
secular. Es un deseo profundo de darse gloria a si mismos. Se glorían en su
conocimiento, en el cumplimiento de su deber religioso, altos valores morales.
Deseamos una admiración de los demás acerca de lo que hacemos delante de los
hombres. Mateo 6:1 nos habla de hacer nuestras prácticas piadosas en secreto. El
legalista tiene un deseo en el corazón de demostrar su auto justicia: mira como
obedezco, mira como soy buen cristiano, mira como hago esto o aquello para el
Señor. El verdadero celo comienza con quebrantamiento de corazón. Con ver
nuestro propio pecado. Debemos ser celosos de la ley de Dios. ¿Como? Sacando
primero la viga de nuestro ojo para luego quitar la paja de el del prójimo. Que
los 10 mandamientos nos confronten primero hasta que nos postremos delante del
Señor. El legalista rechaza la justicia de Cristo para confiar en su propia
justicia.
El
legalismo también crea dudas en el creyente acerca del evangelio. NO tenemos un
conocimiento experiencial del evangelio y vivimos como si estuviéramos en el
pacto de obras, tratando de ganar el favor de Dios con nuestra obediencia. La culpa puede ser un maestro áspero y puede
producir resultados. Nunca producirá, amor, gozo, paz y seguridad. (Romanos 8:15).
Según
el fruto amargo del legalismo es resistirse a confiar en la justicia de Cristo.
Debemos confesar nuestros pecados y confiar que Dios nos perdona. Confiamos en
las promesas de perdón y limpieza de Dios hacia su pueblo. El evangelio debe
ser nuestro pan diario. Empezamos por gracia y terminamos por gracia.
El
legalismo fue el pasado de Pablo. (Gal 1.13-14). Pablo fue súper celoso, más
que el judío promedio. Eso es admirable, ya que pone a muchos cristianos en
vergüenza. Su fruto fue muy feo y amargo. No solo aprobó la muerte de Esteban,
sino que empezó a perseguir a la iglesia del Señor. El legalismo no solo trae
problemas espirituales, sino que también su fruto se ve en otras áreas.
Pablo
persiguió a la iglesia de muchas maneras, a tal punto que el confiesa en las
Escrituras que hasta busco la aprobación del sacerdote supremo y todo lo hacía
por su “celo a Dios”. Pablo hacia todo por celo hacia el Señor, lo hacía para
Dios. No lo hacía para un dios pagano o un ídolo sino para el Dios verdadero. Pero
su celo era un celo intolerante, lleno de odio. No era un saduceo liberal, sino
que él tomaba la Biblia muy en serio. Este celo legalista está lejos del amor
de Dios. Muchos legalistas son llevados por el odio y no por el amor a Dios.
Incluso sus discípulos quisieron que uno samaritanos que no acogieron a Jesús
fueran consumidos por el fuego divino. (Lucas 9:54-56). Eran celosos de Cristo,
pero no de acuerdo al Espíritu de Cristo. (Lucas 9:45-50). Qué triste es ver
Siervos de Dios censurando a aquellos que no hacen las cosas como ellos. Este
espíritu sectario divide la iglesia.
El
fruto del legalismo no es el fruto del Espíritu: gozo, paz, paciencia,
benignidad, fe mansedumbre, templanza. (Gal 5:22-23). Pero el celo legalista es
una obra de la carne. Este legalismo tiene apariencia de sabiduría, cita a
maestros de la Biblia y la Biblia misma. Al conocer la Biblia y teología hacen ver
a los demás como ignorantes o tontos. Pero su sabiduría es terrenal y diabólica
(Stg 3:14-16). El legalismo parece sabio pero su fruto es terrenal.
Debemos
guardar nuestro corazón de este peligro del legalismo. No solo debemos tener
cuidado de lo que decimos y hacemos sino con que motivación lo hacemos. Si un
hermano cae en un pecado o un error, debemos corregirlo, ¿pero lo hacemos con
un espíritu de mansedumbre? Gal 6:1-3. ¿Lo
hacemos porque queremos restaurarlo o solo por criticarlo? ¿Buscamos llevar las
cargas unos de otros y así cumplir la ley de Cristo? Debemos hacer las cosas
correctas, de la forma correcta y con las motivaciones correctas.
El
celo verdadero no se enfoca en el odio hacia los pecadores sino un dolor hacia
su pecado. Salmo 119:36;39. Jeremías tenia gran dolor por el pecado de Israel,
pero lloraba por ellos. Jer 9:1. El verdadero celo nos hace ser como Jesús,
quien lloro por el pecado de Jerusalén antes de su crucifixión.
Guárdate
en contra de los impulsos divisores del celo legalista. ¿Está la iglesia
dividida en partes? Abandonemos los nombres de los hombres y aferrémonos a
Cristo. ¿Ha caído alguno en alguna herejía? Que el hombre de Dios con paciencia
y gracia le corrija confiando que la soberanía de Dios le conceda
arrepentimiento. 2Ti 2:24-25. Que amemos a nuestros enemigos y oremos por
ellos. Que no pongamos la atención en los hombres y dirijámosla sino solo a
Cristo. A menos que la Escritura sea siempre nuestra regla y Cristo nuestro
único Rey soberano, produciremos fruto amargo del legalismo.
Cuando
pablo hablaba de su comportamiento legalista judío en su pasado decía que él
era extremadamente celoso de las tradiciones de sus antepasados. Este es otro
fruto del legalismo, el apego a las tradiciones humanas. Col 2:8. Nadie os engañe.
Esta palabra engañar da la idea de conquistar a alguien y hacerlo cautivo. La
sabiduría humana engaña a los corazones pecaminosos. Parece espiritual, juzga a
los demás por cosas y tradiciones que Dios no manda en su palabra. Exalta la
falsa humildad y el misticismo. Pone una cara de ascetismo y formas de
adoración humana que no tienen poder para vencer el pecado. Col 2. En sus
distintas manifestaciones falla en mostrar a Cristo como nuestra justicia y
quien por su muerte y exaltación estamos completos. Marcos 7 nos muestra como Jesús
fue juzgado por no seguir la tradición de los padres. Por dar autoridad suprema
a tradiciones humanas ellos invalidaron la ley. La tradición humana exalta la
auto justificación.
La
tradición es una bendición si pasamos a otras generaciones los mandamientos y
enseñanzas de la Escritura. 2 Ti 2:2. Pablo llamo tradiciones a las enseñanzas
que debían ser guardadas y atesoradas por la iglesia. Por nuestras confesiones
y catecismos, cada iglesia cuida a sus ancianos de los falsos maestros y guarda
el buen depósito de la sana doctrina para futuras generaciones para que la
abracen en fe y en amor. Pero las tradiciones de la iglesia no tienen autoridad
para atar la consciencia, solamente si se conforman fielmente a la Escritura.
Pablo
le dijo a Timoteo que perseverara que aquellas cosas en la que había sido
convencido. 2 Ti 3:14-15. Ya que las Escrituras son totalmente confiables y
beneficiosas a diferencia de las palabras falibles de los hombres.
Debemos
someter nuestras enseñanzas al escrutinio de la palabra. El principio de la
Sola Escritura estuvo en el centro de la Reforma Protestante. La iglesia de
aquella época había acumulado siglos de tradiciones anti bíblicas en la
doctrina, adoración, gobierno de la iglesia y la vida cristiana. La Biblia
sirvió como una navaja que rasuro todas las adiciones humanas, resultando en la
Iglesia Reformada. Pero, la naturaleza humana siendo como es, siempre
afrontamos la tentación de elevar nuestras tradiciones a un status divino. ¿Debemos
humillarnos cuando alguien reta nuestras convicciones y siempre pregunta “Que
dice la Escritura?”. Esto también demanda que la iglesia ensene la Biblia a
cada nueva generación y no simplemente confíe en sus tradiciones.
Ya
que la tradición legalista amplifica algunos aspectos de la Palabra de Dios
mientras que descuida otros, la Sola Escritura también significa mantener prioridades
bíblicas. Los fariseos eran meticulosos diezmadores (una cosa buena) pero
descuidaban los grandes asuntos de la ley, tales como la justicia y el amor. Jesús
les acuso de colar el mosquito y tragarse el camello (Mateo 23:23-24) o como
diríamos, agrandando lo pequeño, y disminuyendo lo grande.
El Senor nos ha dicho las grandes
prioridades: la ley de amar a Dios con todo nuestros corazones y amar a nuestro
projimo como a nosotros mismos, y que el evangelio que Dios salva a los
pecadores a traves de Cristo por una fe producida por el Espiritu (Mateo
22:37-40; 1 Corintios 15:1-10;12:3). Debemos mantenernos enfocados en estos
asuntos centrales, y protegernos de la fealdad del legalismo. Si somos celosos
por el amor y por el evangelio de Cristo, entonces nuestro celo agradara a Dios
y revelara Su belleza al mundo.
Manteniendo nuestro enfoque en el
corazon de la ley y el evangelio tambien nos protegera de caer en la trampa de
Pedro: un separatismo equivocado de otros creyentes (Galatas 1:11-14). Este es
un asunto sensible, ya que debemos estar atentos del error opuesto del
ecumenismo que es tan complaciente. Debemos separarnos de los pecados del mundo
y de la adoración idolatrica (2 corintios 6:14-18). No debemos tener companerismo con maestros
herejes que niegan el evangelio (2 Juan 1:7;9-11). Debemos separarnos de
aquellos que se llaman a si mismos cristianos bajo disciplina eclesiastica por
sus pecados y su corazon endurecido (1 Corintios 5).
Pero
hay un tipo de separatismo orgulloso que las Escrituras condenan (3 Juan 9-10).
Samuel Ward (1577-1640) escribió contra el separatismo equivocado:” ¿Porque
quien no sospecha de tal celo, el cual condena a todas las iglesias reformadas,
y rehúsan tener comunión con tales que confiesan ser cristianos y consecuentemente
con tales que tienen comunión con Cristo?” Aquí debemos escudriñar nuestros
corazones y medir nuestras acciones por las Escrituras a menos que caigamos en
el error de Roger Williams (1603 -1683), quien empezó como un defensor de la
libertad religiosa y la tolerancia, pero al final se separó de todas las iglesias
visibles porque ninguna era totalmente pura.
Diferentes
cristianos han llegado a diferentes conclusiones acerca de donde trazar la
línea de separación. Pero debemos abrazar el llamado fundamental a anhelar la
unidad en el cuerpo de Cristo (Efesios 4:3). El evangelio demanda que nos
recibamos unos a otros aun si no coincidimos en asuntos esenciales (Romanos
14:1;4). ¿Qué haríamos si Cristo se separara de nosotros hasta que nuestra
enseñanza y adoración fuera pura? Recibámonos unos a otros como Cristo nos
recibió para la gloria de Dios (Romanos 15:7). Entonces seremos capaces de
hablar la verdad en amor uno al otro, como el hierro con hierro se aguza, hasta
que alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios (Efesios
4:13-15).
El celo inflamado por la gracia de
Cristo para la gloria de Cristo.
¿Significa
esto que todo celo es legalismo? Es la opinión de los cristianos mundanos y los
mal llamados moderados, quienes siguen la religión siempre y cuando los deje en
su lugar. Pero la realidad es completamente diferente. Hay un celo lleno de
gracia, de hecho, un celo ferviente por Dios que el demanda (Romanos 12:11;
Apocalipsis 3:19). Ward decía que el “celo cristiano” es un calor espiritual
obrado en el corazón del hombre por el Espíritu Santo” que mueve y avanza los
buenos afectos de amor, gozo, esperanza, etc. para el mejor servicio y
promoción de la Gloria de Dios” y compromete un santo “odio santo, hambre y
dolor contra Satanás y el pecado”.
Dios
mismo es celoso por su Gloria entre las naciones (Isaías 9:7; 48:11). El Señor
Jesús ardía con celo por la casa de Dios (Juan 2:17). Sabiendo Su amor por
nosotros, nos volvemos celosos en nuestro amor por El (Lucas 7:37-50; 2
Corintios 5:14-15). Su celo por Su gloria entra en nosotros, ardiendo en
nosotros con el mismo amor que no se marchita por Su nombre.
La
muerte de Cristo produce un pueblo que es “celoso de buenas obras” (Tito 2:14).
Estas no son solo obras de ministerio público. Los redimidos son celosos para
llevar a cabo sus vocaciones terrenales en una forma en la que la belleza de la
verdad de Dios brilla, incluyendo las labores domésticas de madres piadosas.
(Tito 2:1-10) Ellos son celosos para obedecer a las autoridades apropiadas y
celosos para tratar a la gente con amabilidad y humildad, recordando la gracia
salvífica de Dios hacia ellos. (Tito 3:1-8).
Por,
sobre todo, el hombre piadoso es celoso por Cristo mismo. Él no pone su
confianza en la carne, no importa cuántos privilegios religiosos y logros haya
alcanzado (Fil 3:3-7). Él dice con Pablo, “Y ciertamente, aun estimo todas las
cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús”. (Fil
3:8). Y por ende su vida es una constante búsqueda de Cristo, donde
ocasionalmente él se esfuerza en asirse de aquel Celoso que lo asió hacia Él.
(Fil 3:12-14)
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