La aflicción obra para bien, ya que es nuestro predicador y maestro: "Escucha la vara" (Miqueas 6: 9). Lutero dijo que nunca podría entender correctamente algunos de los Salmos, hasta que estuviera afligido.
La aflicción enseña lo que es el pecado. En la palabra predicada, escuchamos lo terrible que es el pecado, que es a la vez contaminante y condenatorio, pero no le tememos más que a un león pintado; por lo tanto, Dios suelta la aflicción, y luego sentimos el pecado amargo como un fruto de la afliccion. Una enfermdad en cama a menudo enseña más que un sermón. ¡Podemos ver mejor el rostro feo del pecado en el espejo de la aflicción!
La aflicción nos enseña a conocernos a nosotros mismos. En la prosperidad somos en su mayor parte extraños a nosotros mismos. Dios nos aflige, para que podamos conocernos mejor. Vemos esa corrupción en nuestros corazones, en el momento de la aflicción, que no creeríamos que estuviera allí. El agua en el vaso se ve transparente, pero si la calientas el fuego hace que aparezca el vapor. En la prosperidad, un hombre parece ser humilde y agradecido, el agua se ve clara; pero pon a este hombre un poco de fuego de la aflicción, y la escoria hervira, un fruto muy amargo. Una enfermedad en cama a menudo enseña más que un sermón. ¡Podemos ver mejor el rostro feo del pecado en el espejo de la aflicción!
- Thomas Watson
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